11/11/2012

Cultura y religiosidad popular: retos para la evangelización, la pastoral y la teología

23ar

Cultura y religiosidad popular: retos para la evangelización, la pastoral y la teología
Últimamente casi todo ha tenido que ser revisado. Desde los orígenes del universo hasta el cómo será el fin del cosmos en un enorme agujero negro lleno de energía. El las palabras, el lenguaje, la comunicación, la música, todo ha tenido que someterse a nuevas formas que aunque muchas veces aclaran y cumplen mejor su cometido, otras también confunden y nos llenan de perplejidad.


Por ello, antes de entrar de lleno a nuestro tema quisiera proponer lo que en el momento actual, utilizando la lingüística, el método estructuralista, y la finalidad de lo que nos proponemos en estas líneas, ponernos de acuerdo sobre lo que aquí vamos a entender por cultura, religiosidad popular, retos, evangelización, pastoral y teología.



Hay muchísimas definiciones de cultura. El abanico de lo que se ha dicho sobre la cultura es amplísimo. Y se llega incluso a lo grotesco. Algunos piensan que la cultura es la manera de hablar, de peinarse, de vestirse, el tipo de trabajo, la forma de la casa, la manera de formar una familia, el modo como se organizan los grupos humanos, cómo se procede en la organización social, la educación que se recibe. Sin embargo, un tendero en zona indígena no tiene cultura indígena porque habla la lengua del pueblo o porque se viste como el común de la gente. Un migrante en Estados Unidos no es considerado estadounidense porque tiene una casa elegante con jardín y a su hija la bautizó como Nancy y la tiene en una escuela de paga.



Para quienes estamos en dinámicas de evangelización y pastoral, hay una definición de cultura que nos resulta bastante operativa: cultura es el sentido que un grupo humano le da a su vida. Por lo tanto, si queremos saber qué cultura tiene una persona y el grupo humano al que esa persona pertenece, tenemos que indagar sobre el sentido que le da a su vida: según ese pueblo o persona, ¿para qué es el mundo?, ¿para qué es la tierra?, ¿para qué somos las personas?,¿para qué trabajamos?, ¿para qué es la familia?, ¿para qué son las organizaciones?, ¿para qué es la política?, ¿para qué es la educación? En un pueblo nos pueden responder que la tierra es para que la trabajemos y para que vivamos de ella. En otra parte, nos pueden responder que la tierra es propiedad privada para que la vendamos y tengamos buenas utilidades de ella. A la pregunta de que para qué trabajamos, en un lugar nos pueden asegurar que la agente trabaja para vivir, mientras que en una escuela afamada los muchachos aseguran que el trabajo es para tener dinero. Vemos que el sentido que se le da a las cosas y a las actitudes cambia según el sentido que se les da, y ese sentido es lo que aquí entendemos por cultura.



Generalmente por religiosidad popular entendemos las expresiones propias  que la gente del pueblo usa para encontrarse con Dios y vivir su fe. Estas expresiones no son las mismas que propone la Religión oficial. En la parroquia se le da mucha importancia a los sacramentos, en la religiosidad popular lo más importante es la fiesta patronal. El encargado de la parroquia es el párroco, en la religiosidad popular preside el mayordomo y su esposa. En el templo se requiere el orden, el recato y la atención; en la religiosidad popular lo que importa es la alegría, la comida, la música, los fuegos artificiales. En la parroquia se tienen distintos ministerios, en la religiosidad popular lo que cuenta son los cargos. Los orígenes de la estructura eclesial de la parroquia provienen de lineamientos canónicos universales, los orígenes de la estructura de la religiosidad popular provienen de las tradiciones históricas y culturales propias de los pueblos que ellos usan para encontrarse con Dios y celebrar los encuentros que tienen con Él y con los santos.



Según la lengua castellana, reto es el estímulo o el desafío que se tiene que afrontar para ser coherentes con lo que se es y lo que se propone para responder según las leyes o criterios que se profesan.



La evangelización es todo aquello que se requiere para realizar las acciones propias que hoy son necesarias para llevar la Buena Noticia del Evangelio a los pobres, siguiendo el ejemplo de Jesús y el usado para la fundación de la Iglesia.



Por pastoral entendemos todas aquellas actitudes y acciones que tienen por objeto quitar los obstáculos que impiden vivir según la fe que se tiene en el Evangelio que se ha predicado y aceptado.



La teología consiste en hacer la experiencia de Dios en la propia experiencia. También se la entiende como darle a la propia vida la lógica que Dios quiere.



En estas líneas trataremos de la cultura y la religiosidad popular, así como los retos que ellas le ponen a la evangelización, a la pastoral y a la teología.




Retos para la evangelización, la pastoral y la teología
Hay varios retos que la cultura le pone a la evangelización, a la pastoral y a la teología. Recordemos que lo primero que todo mundo urgentemente necesita, aún antes de ser cristianos, es la vida. Y nosotros vivimos en un contexto en el que nuestra familia y quienes nos rodean nos transmiten el sentido que ellos le dan a su existencia. Por más deteriorada o en ruinas que se encuentre una cultura siempre tiene sujetos e ingredientes que procuran y fortalecen la vida. Esto es porque como humanos somos obra de Dios que Él quiere acompañar y asistir, lo cual comprobamos cuando nos dijo: Yo soy la vida (Jn 14, 6); por lo tanto, la búsqueda de la vida –que es componente de la cultura– es también una búsqueda de Dios por parte de los pueblos.



Ahora, sucede que, frecuentemente, en la evangelización que realizamos no tomamos en cuenta la cultura, menos aún cuando esa cultura pertenece a un pueblo diferente, a un pueblo indígena, o a un pueblo pobre; culturas éstas que, además, casi siempre desvalorizamos, criticamos o descalificamos. Por lo tanto, el reto principal que desde la cultura recibe la evangelización que realizamos es el de descubrir la presencia y acción de Dios en las culturas (Semillas de la Palabra), y anunciar esa presencia como una buena noticia que se plenifica al contacto con el Evangelio. Pablo nunca anunció a Yahvéh, que era la manera como él conocía a Dios, anunció a Théos, el Dios que los griegos ya tenían y al que le había hecho un altar (cfr. Hch 17, 23; cfr. también el Vaticano II, Documentos de Divina revelatione y Ad gentes).



Ahora, como las culturas actuales en el marco de la globalización de muchas maneras le dan a la vida rasgos y perspectivas que contradicen el Plan de Dios, la pastoral debe ver con claridad esas posturas y buscar cómo los mismos destinatarios de la evangelización, con la luz y fuerza de la Palabra, pueden remover esos obstáculos para poder vivir la fe con la que le han de responder a Dios.



Por otra parte, es necesario que busquemos, junto con los evangelizandos, cómo es posible hacer teología de su cultura, es decir, de qué manera pueden realizar la experiencia de Dios precisamente en el mejor sentido que su cultura le da a la vida.




Un reto en la Iglesia: la religiosidad popular
Las prácticas de religiosidad popular también retan de manera muy significativa a la evangelización, la pastoral y la teología. Cuando en el siglo XVI se inició la evangelización en nuestro continente, los misioneros no consideraron para nada las tradiciones religiosas de los pueblos. Es más, las descalificaron como nos consta en el texto de Los Diálogos de los doce primeros misioneros con los principales de la Nueva España. Esta descalificación fue extrema porque, no obstante que los sacerdotes indígenas afirmaron que mucho de lo que proponían los misioneros acá ya el pueblo lo tenía, los enviados por el Papa, alegaron rotundamente que esas experiencias que los indígenas tanto valoraban eran engaños del demonio para así llevarlos al infierno. Los indígenas tomaron los códices que habían llevado, los pusieron en petacas y en cofres, y salieron del lugar de la reunión.



En América pasó lo mismo que sucedió con el pueblo de Israel: aunque en el pozo de Siquém le prometieron a Josué que a Dios ya no lo llamarían como lo llamaban sus padres en Babilonia, sino que siempre lo nombrarían Yahvéh (cfr. Josué 24, 1ss), a lo largo de toda la Biblia aparecen muchos de aquellos nombres como Él, Adonái, El Shadái; y de hecho el pueblo escogido no mencionaba a Yahvéh, porque los sacerdotes lo declararon El Innombrable. Jesús mismo, en la cruz, invoca a Dios con el nombre que le daban quienes antiguamente habitaban la tierra que el Señor le dio a su Pueblo: gritó Jesús en la cruz: ¡¡Elí, Elí, lemáh sabactaní!! (Mt 27, 46); y esta exclamación, en el texto griego del Nuevo Testamento, ¡lo ponen en arameo! Así sucedió también acá con los pueblos indígenas. Aunque desde la narración de la creación del Quinto Sol y en otros escritos, consta que en Mesoamérica nada más un Dios tenían, nada más un Dios adoraban, y se llamaba Quetzalcóatl (cfr. Canto de Nezahualcóyotl), el pueblo entendía que Dios estaba presente y actuaba en el agua, en la tierra, en el bosque, en la montaña, en el fuego… y le daba distintos nombres, nombres que asociaban con los lugares en los que el pueblo habitaba. Sabemos que, cuando llegó el Evangelio, y los misioneros prohibieron esos nombres de Dios y su culto en distintos lugares, los indígenas pusieron a sus pueblos nombres de la Virgen o de los santos a quienes encomendaron esos lugares, y a quienes veneraron con prácticas de lo que nosotros llamamos religiosidad popular, las cuales organizaron con sus propias autoridades, mayordomías, servicios, fiestas y costos. Eso sigue pasando aún hoy no sólo con las comunidades indígenas, sino también con otros grupos sociales mestizos y de origen humilde. Nosotros tenemos el mismo reto de san Pablo: Así como este evangelizador no mencionó a Yahvéh, sino a Théos, que era como los griegos conocían a Dios, y su misión consistió en hacer crecer con el Evangelio la historia y experiencia teologal griega, así también debemos hacer nosotros: aceptar el reto de hacer llegar el Evangelio a la religiosidad popular para que como les predicó San Pablo a los Efesios: todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios… a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo (4, 13).



Pastoralmente debemos remover los obstáculos que nos impiden poder lograr esta evangelización al estilo de san Pablo, al estilo también de lo que nos pidió el Vaticano II desde 1965, de modo que nuestra pastoral esté respondiendo a los retos que la religiosidad popular nos pone como Iglesia. No en vano el Papa Paulo VI, en Evangelii Nuntiandi nos enseña que la religiosidad popular engendra actitudes interiores que raramente pueden observarse en el mismo grado en quienes no poseen esa religiosidad... a la que –más que religiosidad popular– bien debemos llamar religión del pueblo (n. 48).



La teología que actualmente proponemos en nuestro actuar eclesial está fundamentada en la valiosa experiencia de la iglesia primitiva y la experiencia de la iglesia como posteriormente creció y se desarrolló en el occidente de Europa. Fue entonces que San Justino, Padre de la Iglesia, descubrió lo que nosotros llamamos Semillas de la Palabra, pero que él cita como los Lógoi spermatikói, los Logos diseminados en las culturas, y sabemos que Jesús es el Lógos de Dios, por lo que la frase de Justino la debíamos propiamente traducir como los Cristos diseminados en las culturas.



En nuestros días, de la misma manera, contamos con innumerables escritos y libros hechos por teólogos de ese continente. Sus reflexiones han iluminado la experiencia de fe y los compromisos pastorales en muchos niveles. En cambio, lo que se ha producido teológicamente en otras partes del mundo cristiano no ha cundido de la misma manera en el pueblo. A nosotros, hoy, la realidad de fe de los pueblos a los que servimos nos presenta el enorme reto de reflexionar, junto con esos fieles, de qué manera ellos hacen la experiencia de Dios, de Jesús, de María y de los santos a quienes ya han aceptado desde siglos y en quienes creen, de modo que la experiencia que han practicado de la presencia y acción de Dios en sus vidas, y expresada en la religión del pueblo, se fortalezca, se sistematice, se escriba, se comunique y se celebre de manera más conciente y enriquecedora para todos. Las celebraciones de su experiencia teologal la hacen con símbolos y ritos que son milenariamente propios de su propia cultura, junto con símbolos de la fe cristiana. Esto no es un simple sincretismo, poner diversos elementos religiosos al mismo nivel, son realmente vivencias de los Cristos plantados en sus culturas a los que han fortalecido con la fuerza de la evangelización y de la pastoral. Sin embargo, también estos elementos han de purificarse, crecer y desarrollarse de modo que sean un aporte que venga a enriquecer la universalidad y catolicidad de la Iglesia. Esta purificación la han de hacer los mismo pueblos, las comunidades pobres, por lo que tenemos el gran reto de formarlos sobre su mismas culturas, con bases de la Sagrada Escritura, según la historia, la Tradición y el Magisterio de la Iglesia, que tanta importancia le dio a este reconocimiento, a ese crecimiento, sobre todo en el Conclio Vaticano II.[1]



No obstante las dificultades iniciales que todo esto puede encontrar, fuera y dentro de nuestra Iglesia, es el soplo y la fuerza del Espíritu lo que requerimos para renovar y vitalizar nuestra fe, nuestra pastoral y nuestra teología al servicio de la religión del pueblo.




Acerca del autor
Clodomiro Siller Acuña, especialista en culturas indígenas y el fenómeno guadalupano, es originario de la ciudad de Saltillo Coahuila. Realizó estudios en la Universidad de Propaganda Fide, en el Vaticano; Hebreo en la Universidad Hebrea de Jerusalén; Arqueología Bíblica con los dominicos en Jerusalén; Lenguas y Civilización en la Universidad de París. Además de llevar una experiencia laboral y pastoral en Eslovenia, Yugoslavia (1967), ha sido Secretario Ejecutivo de la Comisión Episcopal Mexicana para Indígenas (1973), Director del Centro Nacional de Misiones Indígenas de México (1974) y Miembro de la Mesa de Coordinación del Centro Nacional de Misiones Indígenas (1981). Desde el año 2010 hasta la fecha, es Coordinador del Área de Investigación y Consultoría del Centro Nacional de Misiones Indígenas (CENAMI). Asesora en varias diócesis de México y de América Latina la planificación pastoral, pastoral indígena, teología, religiosidad popular, migración, entre otros.




Fuentes
[1] Cfr. Lúmen géntium (Sobre la Iglesia) 16-17; Gaudium et spes (sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo) 58; Nostra aetate, 2  (sobre el Diálogo religioso), Ad gentes  (Sobre las Misiones) 9,11,15. Además los Papas han retomado de varias maneras y han desarrollado estos compromisos pastorales.




Referencia
Centro Nacional de Misiones Indígenas, Av. Xochiquetzal 255, Apdo. 118-119. 07010, Delegación Gustavo A. Madero, México, D.F., Tel / Fax (55) 5781 2199. cenamipas@terra.com.mx 


Autor: P. Clodomiro L. Siller Acuña (CENAMI)

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