03/01/2014

Los santos del pueblo

El nordeste brasileño siempre ha sido una región de profundos contrastes, donde las diferencias sociales se han marcado a lo largo de generaciones, hasta constituir una sociedad profundamente desigual. Todo esto debido a circunstancias socio-políticas que han provocado mucho sufrimiento en las camadas más pobres.

Generalmente la Iglesia se situaba, y en algunos casos continúa situándose, del lado de los poderosos. Pero siempre hubo personajes diferentes, hombres y mujeres de Dios que generalmente no eran muy bien visto por los poderes político-religiosos y que en algunos casos acabaron en finales no muy felices. En eso tampoco han cambiado mucho las cosas.

Entre ellos destacamos al Padre Ibiapina, Antonio Conselheiro y al Padre Cícero, considerados los grandes evangelizadores del sertão, gran región semidesértica que supera el millón de kilómetros cuadrados, con bajos e irregulares índices de pluviosidad, lo que provoca periódicas e prolongadas secas, como la que ha habido en los últimos cuatro años, y en consecuencia grandes bolsas de pobreza, sobre todo en la época en que ellos vivieron.


El primero, el Padre José María Antonio Ibiapina (1806-1883), fue el inspirador de Conselheiro y Padre Cícero. Trabajó como magistrado y en la Cámara de los Diputados, pero a los 47 años, decepcionado con el sistema social, inició una obra misionera, recorriendo la región Nordeste de Brasil en misiones evangelizadoras, construyendo innumerables obras sociales, defendiendo los derechos de los trabajadores rurales, en muchos casos en condiciones esclavizadoras, y dejando marcas significativas tanto en la organización eclesiástica posterior como en la vida de las pequeñas comunidades del interior. Con Ibiapina empieza a vislumbrarse la opción por los pobres hecha por la Iglesia católica a partir del Vaticano II, que en América Latina se concretizo en la Teología de la Liberación.


El segundo, Antonio Vicente Mendes Maciel, conocido como Antônio Conselheiro (1830-1897), fue uno de los principales líderes sociales brasileños, atrayendo durante tres décadas numerosos seguidores entre la población más pobre de la región nordeste, que le dieron el nombre por el que es conocido. Su vida combinaba el cristianismo con visiones mesiánicas y a partir de ahí decidió dirigir una revuelta en el pueblo de Canudos, a donde había llegado en 1893, lo que atrajo a millares de lugareños, entre campesinos pobres, indios y esclavos recién libertos, a quienes prometía una comunidad igualitaria bajo el amparo de Dios, siguiendo el ejemplo de los primeros cristianos, esclavos y proletarios. En Canudos consiguieron que nadie pasase hambre, a través de una vida basada en el trabajo en común. Construyeron una comunidad sin clases, con una economía de auto-sustentación basada en la solidaridad. La religión se convirtió en instrumento de lucha por la liberación social y la creación de un mundo más justo.

Pero esto provocó las iras de la República, apoyada por las autoridades religiosas, que ordenó al ejército destruir la comunidad, retratándole como un loco, demente, fanático religioso y contrarrevolucionario monárquico peligroso, para justificar la matanza de 15.000 personas. Este hecho histórico inspiró la novela de Mario Vargas Llosa, “La Guerra del Fin del Mundo”. En la época de la dictadura brasileña, en la segunda mitad del siglo XX, fue construido un embalse para intentar, sin conseguir, acabar para siempre con la memoria de Canudos.

El tercer personaje es el Padre Cícero Romão Batista (1844-1934), personaje carismático, de gran poder e influencia sobre la vida social, política y religiosa del Nordeste brasileño. Fue ordenado sacerdote em 1870 y ejerció el ministerio en la ciudad de Juazeiro do Norte, donde tendrá lugar el 13º Intereclesial de las Comunidades Eclesiales de Base del 7 al 11 de enero próximos.

El padre Cícero desenvolvió un intenso trabajo pastoral con predicaciones, consejos y visitas de casa en casa, como nunca se había visto en la región, ganando la estima de todo mundo y pasando a ser un gran líder comunitario. A esto se unía una gran austeridad de vida. En consecuencia de esto, poco a poco llegaba gente con ganas de conocerlo, especialmente los castigados por las sequías periódicas, que después de perder todo eran acogidos con cariño por él.

Para ser auxiliado en su trabajo reclutó mujeres solteras y viudas para organizar una hermandad de laicas, conocidas como beatas. Estas hermandades, que también fueron constituidas por Ibiapina y Conselheiro, eran independientes de la jerarquía eclesiástica. Se basaban en la Regla de San Benito, oración y trabajo, y combatían las iniquidades sufridas por los más pobres, promoviendo una sociedad según las reglas de fe, esperanza y caridad y los mandamientos de la Ley de Dios, siendo su objetivo principal la práctica de la caridad.

En 1889 sucedió el supuesto milagro que con el paso del tiempo se convertiría en la causa de muchos de sus problemas. Al dar la comunión a la beata María de Araujo, la hostia se transformó en sangre en la boca, lo que se repitió durante dos años en diferentes ocasiones. Rápidamente se extendió la noticia y la diócesis creó una comisión para examinar el asunto, que determinó que el hecho no tenía explicación natural. No conforme con esto, el obispo nombró una nueva comisión que concluyó que no hubo milagro, diciendo que todo era mentira. El Padre Cícero fue suspenso de órdenes y la beata condenada a vivir enclaustrada hasta morir en 1914. En 1898, el padre Cícero fue al Vaticano para reunirse con el Papa León XIII y miembros de la Inquisición, siendo absuelto. Pero al volver a Juazeiro, el obispo no sólo no respetó la decisión de Roma, sino que excomulgó al Padre Cícero.

A decir verdad, las actitudes del Padre Cícero molestaban dentro de la Iglesia, pues con ellas cuestionaba la vida de los otros clérigos. Sólo era necesario un motivo para quitárselo del medio. Después de esto el Padre Cícero será el primer alcalde de la ciudad de Juazeiro en 1911, pues hasta entonces dependía de la ciudad de Crato y llegará a ser vice-gobernador del estado de Ceará.

Con el paso del tiempo la fama como santo milagrero fue creciendo. Murió en 1934 y fue enterrado en la Iglesia de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, convirtiéndose en uno de los lugares de peregrinación más importante de Brasil.

La devoción popular por el Padre Cícero es una de las marcas de la religiosidad popular brasileña, especialmente en la región Nordeste. Juazeiro hasta hace poco tiempo era visto como lugar de los contra-valores cristianos, pues en las romerías no intervenía el clero, todo era coordinado por los laicos, creando hasta su propia liturgia. A pesar de todo la romería no decayó y cada año el número de peregrinos, especialmente gente pobre, que va a visitar la tumba del padre Cícero supera los dos millones de personas. Hoy la Iglesia católica intenta rehabilitar la figura del Padre Cícero y todo ha tomado un cariz diferente.

Las imágenes del padre Cícero ocupan las plazas de muchas ciudades nordestinas y tienen un lugar destacado en muchas casas. La gente hace procesiones, oraciones, pedidos a su “Padim, Padre Cícero”, con una fe inusitada. Y uno se pregunta, ¿cómo es posible que un excomulgado se haya convertido en el “santo” del pueblo?

Nenhum comentário :

Postar um comentário